El proyecto «independentista» desde una perspectiva revolucionaria

El proyecto «independentista» desde una perspectiva revolucionaria

Introducción

En los últimos años hemos sido testigos de un auge independentista en la sociedad catalana, que se ha visualizado en diferentes movilizaciones masivas. En Cataluña ha culminado con el anuncio de la convocatoria de un referéndum el próximo 9 de noviembre para consultar a la ciudadanía sobre la formación de un Estado catalán.

Este auge ha sido atribuido a dos hechos principales: el ahogo económico por parte del Estado español a Cataluña en forma de «espolio» fiscal y boicot a las infraestructuras catalanas, así como los diferentes ataques a la lengua catalana para favorecer la imposición hegemónica del castellano. Estos efectos se han hecho más patentes desde el estallido de la crisis económica en el 2007 y desde la sentencia del Tribunal Constitucional en el 2010 sobre el Estatut.

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Pensando la revolución hoy

Construir un nuevo mundo – Acabar con el orden establecido

«La miseria es el síntoma, el mal la esclavitud.»
I. Puente

Porque hablar de revolución hoy[^1]

Hoy el orden establecido se encuentra en cuestionamiento. Cada vez más personas nos damos cuenta de las miserias a las que nos conduce, de cómo nos separa de nuestros iguales, de cómo nos encadena a formas de vida perniciosas y nos impide realizarnos plenamente. Para hacer frente a esta situación están surgiendo por todas partes iniciativas para intentar modificar el sistema actual y para frenar sus efectos perversos. La mayoría de ellas pretenden cambiar de alguna manera u otra la legalidad vigente, tratando de introducir regulaciones para mejorar las dinámicas imperantes y volver al funcionamiento del sistema antes de la crisis o bien conseguir más redistribución de la riqueza y más participación ciudadana, pero manteniendo intacta la esencia oligárquica de las estructuras actuales.

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Reformismo: ¿refundación o superación?

Reformismo: ¿refundación o superación?»

1. Sobre el reformismo

Entendemos por reformistas los planteamientos que tienen como objetivo reformar el actual marco institucional y de valores sin proponer ningún marco institucional alternativo. El reformismo se puede llevar a cabo mediante una variedad de tácticas que van desde el intento de conquistar el poder del Estado hasta el propósito de cambiar las instituciones ejerciendo presión por parte de las organizaciones de la «sociedad civil», etc. Más concretamente, la antigua estrategia socialdemócrata era reformista (porque tenía el objetivo de «socializar» progresivamente las instituciones existentes y la propiedad) así como lo son los planteamientos de «profundizar o radicalizar la democracia» para «hacerla más participativa» o los movimientos sociales parciales que, sin menospreciar la importancia de las cuestiones que quieren abordar, no impugnan la globalidad del sistema ni tienen una propuesta coherente para sustituirlo en su totalidad (por ejemplo los movimientos por la igualdad de género, los movimientos en defensa del medio natural, los movimientos por la protección de la cultura y la lengua, etc.).

Por contra, entendemos por revolucionarios aquellos planteamientos que tienen el objetivo de sustituir -y no complementar- el marco institucional de la sociedad actual, es decir, el sistema de la economía de mercado globalizada y el Estado «democrático» representativo, así como el correspondiente sistema de (dis)valores en el que se basan las relaciones sociales actuales. Aquí podemos clasificar las estrategias del antiguo estatismo socialista y del socialismo libertario, entre otras. Actualmente en nuestras tierras, podemos asociar a esta estrategia algunos proyectos como la Cooperativa Integral Catalana, las organizaciones anarcosindicalistas, el movimiento de repoblación rural, algunos grupos de reflexión autogestionados y ateneos cooperativos, etc., que tienen una voluntad más o menos explícita de construir un nuevo sistema, aunque en mayor o menor medida tengan carencias en cuanto a definición y/o funcionamiento.

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Sobre el Estado de bienestar

«Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado.»
Mussolini

1. La tradición histórica del Estado de bienestar

Para la estabilidad y la solidez de todos los sistemas de dominación siempre ha sido mejor que el pueblo vea sus cadenas lo suficiente «ligeras» o «razonables». Que vea suficiente «benevolencia» en la organización social custodiada por el poder de unas élites. Si se puede garantizar que un sector importante de la sociedad no viva en un estado de fuerte e inextinguible descontento y consciencia de ser maltratado, el sistema se encontrará mucho más seguro.

Sobre ésta cuestión se ha llegado a teorizar abiertamente. Sólo hay que leer, por ejemplo, «El Príncipe», de Maquiavelo, o las afirmaciones de político conservador alemán Lorenz von Stein, que acuñó la noción de «Estado social», reconociendo su utilidad para evitar la revolución. La dominación más perfecta es aquella en que el esclavo tiene los amos en buena consideración.

Este «Estado Social» (también llamado «Estado Providencia») es el antecedente directo del actual modelo de «Estado de bienestar». Lo empezaron a instaurar las élites de las principales potencias europeas, en el proceso de consolidación de los «Estados-nación», durante la segunda mitad del siglo XIX[^1].

[^1]: Ver «Welfare State or Economic Democracy?» (Takis Fotopoulos, 1999) y «Estado social», articulo en Wikipedia (consultado el 3 de febrero de 2014).

Antes de esto, ya se había conocido el «pan y circo» del imperio romano y el despotismo ilustrado de los Estados monárquicos preliberales («todo para el pueblo pero sin el pueblo»).

Desde el discurso oficial y sistémico, urdido desde la academia, se dice que el Estado de bienestar forma parte de la trayectoria de evolución y progreso de las sociedades occidentales. De entrada, se reconoce que siempre se ha tenido que organizar la satisfacción de las necesidades de las personas y que, antes, si no lo hacía el Estado, lo hacía el pueblo con sus propios recursos. Entonces, se supone que es un gran avance en la historia de la humanidad, vinculado a alguna supuesta «evolución» en la consciencia social solidaria, que esta satisfacción pase a ser una cuestión «pública nacional», en manos del Estado.

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Buenas prácticas para el debate emancipador

Buenas prácticas para el debate emancipador

La autonomía, en contraposición a la heteronomía, debe ser elegida conscientemente, no puede ser dada ni impuesta. Así, sólo puede fundamentarse en la conciencia crítica de las personas que quieren convertirse en autónomas, que a su vez depende del grado —a nivel cuantitativo pero sobre todo cualitativo— de comunicación entre ellas. Es por ello que el debate, entendido como un proceso cooperativo-sinérgico de pensamiento y conocimiento, es un elemento primordial para avanzar hacia la sociedad que anhelamos, así como para hacer frente a la dominación.

No obstante, la misma idea de debate ha sido profundamente manipulada y degenerada como consecuencia del sistema oligárquico actual y los (des) valores que propugna para hacernos más dominables. En general, el debate ha quedado reducido a un mero proceso competitivo para ver quién tiene la razón, una lucha de egos. Tanto es así que todas y todos, por el hecho de haber crecido en esta sociedad, estamos desentrenados de cara al diálogo.

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