Pensando la revolución hoy

Construir un nuevo mundo – Acabar con el orden establecido

«La miseria es el síntoma, el mal la esclavitud.»
I. Puente

Porque hablar de revolución hoy[^1]

Hoy el orden establecido se encuentra en cuestionamiento. Cada vez más personas nos damos cuenta de las miserias a las que nos conduce, de cómo nos separa de nuestros iguales, de cómo nos encadena a formas de vida perniciosas y nos impide realizarnos plenamente. Para hacer frente a esta situación están surgiendo por todas partes iniciativas para intentar modificar el sistema actual y para frenar sus efectos perversos. La mayoría de ellas pretenden cambiar de alguna manera u otra la legalidad vigente, tratando de introducir regulaciones para mejorar las dinámicas imperantes y volver al funcionamiento del sistema antes de la crisis o bien conseguir más redistribución de la riqueza y más participación ciudadana, pero manteniendo intacta la esencia oligárquica de las estructuras actuales.

Sin embargo, como podemos constatar históricamente[^2], los intentos de reformar el actual marco establecido no han logrado producir un cambio sustancial del sistema, no han podido acabar con la opresión y la dominación que son una parte intrínseca y fundamental del mismo. Las dinámicas del sistema vigente son antagónicas a las dinámicas humanas virtuosas que quisiéramos que fueran constitutivas de una nueva forma de organización social: la igualdad, la libertad, el respeto, la cooperación, el amor, etc. y, por lo tanto, se hace difícil pensar que se pueda producir un cambio cualitativo en la vida y la sociedad sólo introduciendo ligeras modificaciones al sistema.

Además, es fundamental tener en cuenta que lo que hay que cambiar no es sólo ciertas formas políticas o económicas, sino todo lo que éstas llevan implícito y que se traduce en una determinada forma de relacionarnos, educarnos, curarnos, etc. Es decir, es necesario cambiar también la forma de vivir y de entender la vida. Por eso pensamos que es imprescindible recuperar la voluntad y la tarea revolucionaria: construir nuevos valores y formas de organizarnos, acabando con los valores hegemónicos y las instituciones actuales.

¿Qué entendemos por revolución?

Para empezar, es importante aclarar qué entendemos cuando hablamos de revolución, término a menudo confundido con el de revuelta, para evitar malentendidos y disponer de un lenguaje compartido:

Revolución: una transformación profunda y generalizada de la forma de vida, un cambio cualitativo, sustantivo y de gran alcance en las estructuras y valores que definen una sociedad.

Revuelta: un levantamiento, más o menos espontáneo, contra la autoridad establecida, un momento de agitación y tumulto para intentar deshacerse de la opresión imperante[^3].

¿De qué revolución estamos hablando?

Cuando hablamos de una revolución, estamos pensando en realizar un cambio profundo de las estructuras y valores de dominación actuales, sustituyéndolos progresivamente por unas estructuras y valores basados en una verdadera democracia en todos los ámbitos, en la autonomía individual y colectiva, donde los individuos y las comunidades tengan la posibilidad de determinarse directamente a sí mismos. Se trata de impulsar una revolución contraria a cualquier forma de dominación, ya sean estructuras políticas oligárquicas, la opresión de los seres humanos por otros seres humanos, la desigualdad económica, la explotación de la naturaleza, etc. No pensamos en hacer una revolución sólo para acabar con el orden establecido hoy, sino también en una revolución que genere estructuras, procesos y relaciones que minimicen al máximo la dominación. En las siguientes secciones se comentan varias reflexiones sobre esta revolución y como pensarla y realizarla hoy.

Reflexiones generales para una revolución

«La revolución es una fuerza, una voluntad, un deber que es atemporal.»
Anónimo

Aprender de la historia, sentirse parte de ella

El anhelo de la revolución, de cambio fundamental del orden establecido, de luchar por la igualdad y contra la dominación, es una constante que encontramos a lo largo de la historia. Cambiar nuestras formas de vida, de una forma no marginal sino que pueda convertirse en hegemónica, implica procesos de magnitud y duración histórica de una gran dificultad. Por ello, para poder hacer la revolución hoy, pensamos que es imprescindible conocer, interpretar e intentar aprender de los intentos pasados, del legado de nuestros antepasados y de sus luchas, continuando con esta tarea histórica. Para aprender realmente de la historia tendremos también que hacernos participes de ella, pensando y adaptando las formas de hacer a los nuevos contextos y situaciones.

Hay que arrancar las malas hierbas de raíz

El pueblo, con piedras, armas, o únicamente con sus cuerpos, se ha movilizado históricamente contra el Estado y las otras instituciones de dominación denunciando alguna o varias de sus nefastas consecuencias. Estas acciones de impugnación más o menos explícita del orden establecido son legítimas y dan fuerza colectiva al realizarlas, a la vez que nos sitúan abiertamente enfrentados a las estructuras y valores vigentes. Sin embargo, estas acciones están normalmente centradas en atacar los síntomas y no permiten una verdadera superación de los problemas[^4], en la mayoría de casos el sistema tiene suficiente con un cambio de máscara para detener las movilizaciones populares, solucionando (muchas veces sólo aparentemente) el síntoma que provoca el descontento, haciendo un lavado de cara pero sin tocar la esencia de su funcionamiento, y manteniendo un régimen de dominación que se convierte así en más llevadero.

En otras ocasiones se ha intentado llevar a cabo un cambio profundo del orden establecido desde una minoría de la población, tomando el poder del Estado y gestionándolo «por los intereses del proletariado». Así, muchas revoluciones históricas han sido impulsadas, catalizadas y, a veces incluso, realizadas, por una minoría de individuos revolucionarios, una vanguardia (en comparación al conjunto de la sociedad ) que a menudo terminaba gestionando el poder a favor de sí misma, reproduciendo de nuevo un régimen basado en la dominación.

En los dos casos expuestos, nos encontramos con un problema que imposibilita un cambio como el que nos proponemos: la falta de desarrollo del factor consciente en las personas. Para establecer una sociedad autónoma se requieren personas mínimamente autónomas y por tanto tenemos que construir la autonomía tanto a nivel de los individuos como de las instituciones, debemos arrancar las malas hierbas de raíz, extrayéndolas también de nuestro interior, forjado en el proceso de socialización de una sociedad enferma. Así, si bien muchas veces se ha asociado la revolución con períodos breves de tiempo, pensamos que para que una verdadera revolución sea posible necesitamos al menos el tiempo y el esfuerzo suficientes para consolidar una firme conciencia revolucionaria.

Ensayando nuevas formas de vivir, construyendo una nueva sociedad

Uno de los intentos históricos de construir una sociedad basada en la autonomía que encontramos más acertados es la revolución española de 1936. Pensamos que de esta experiencia podemos extraer varios aprendizajes de cara a la actuación revolucionaria en nuestros días. Uno de los más destacables es la construcción de una sociedad paralela, en forma de cooperativas, cultura asociativa, salud y educación autogestionaria, etc. como forma de ensayar nuevas maneras de funcionar con unos valores coherentes con la sociedad que anhelamos.

Al mismo tiempo, esta construcción nos permite hacernos más fuertes y generar autonomía frente al sistema imperante, ayudándonos a solucionar aquí y ahora diversas problemáticas vitales que enfrentamos. Este proceso constructivo nos permite mostrar a la sociedad que lo que se propone es factible, extendiendo un nuevo imaginario, nuevos valores, relaciones e instituciones hasta construir una nueva forma de organización social que pueda convertirse en hegemónica y por tanto pueda sustituir a la actual; como ya decía Isaac Puente: «Sólo se destruye aquello que se consigue reemplazar con ventaja»[^5].

Esta construcción paralela no sólo debe centrarse en la economía, en la organización de la producción y el consumo, sino, y con la misma importancia, en la cultura, los medios de comunicación, la educación, la política, etc. Tenemos que construir nuevas formas de funcionar, nuevas instituciones en todos los ámbitos que puedan ser camino, visión y embrión de la nueva sociedad.

Poder e instituciones políticas

Otro factor que podemos aprender de la revolución española, es la necesidad de una concepción clara sobre el poder y las instituciones políticas. El movimiento popular organizado que frenó el golpe fascista e hizo la revolución en 1936 estuvo preparándose con éxito durante décadas para gestionar prácticamente todos los sectores de la vida social (desde el abastecimiento de alimentos hasta la defensa). Sin menospreciar la impresionante tarea de autogestión en diversos ámbitos que desarrollaron los compañeros de aquel tiempo, no podemos obviar que no tuvieron como movimiento suficiente claridad ni tácticas entorno a la gestión del ámbito político como para ir desarrollando una forma de organización política paralela que no dejara espacio para el papel del Estado[^6].

Entendemos el poder político como la capacidad de organizar lo colectivo. Este poder siempre existirá, en mayor o menor medida, y lo que tenemos que hacer es encontrar las formas de que no esté concentrado ni se pueda concentrar, generando las instituciones que nos permitan que se reparta de la forma más igualitaria posible. No negar el poder político, ni pretender gestionarlo de forma concentrada, sino gestionarlo de forma horizontal, ya que negarlo significa dejarlo en manos de los que lo quieren gestionar de forma heterónoma. Es fundamental pues que evitemos los»vacíos de poder», la autonomía debe desarrollarse en todos los ámbitos para poder extenderse.

«La revolución será global o no será»

El par Estado-Capital es un sistema altamente expansivo y agresivo. Así pues, es de esperar que cuando en un territorio las chispas de la libertad y la autonomía se empiecen a expandir, otros territorios organizados con las viejas formas heterónomas, ataquen el territorio revolucionario, para mantener el orden mundial y re-establecer un régimen de dominación. Por ello es importante extender las ideas y prácticas revolucionarias para que lleguen a todos los rincones del mundo y hacer red entre todas las personas, movimientos y proyectos que están luchando contra el orden de dominación vigente.

No esperar la revolución, crearla

Debemos esforzarnos para crear las condiciones propicias para la revolución, no esperarla sino quererla, para convertirla en una posibilidad real. Así, «la revolución es ya una posibilidad real cuando es pensada desde sí misma, como proyecto transformador y rupturista de la realidad inmediata, para adecuar los medios precisos disponibles en el presente para su realización exitosa. La revolución ya es una posibilidad desde el momento en el que la acción está encaminada a su consecución»[^7]. Efectivamente, el pensamiento y el sentimiento son pasos previos a la acción. Si no pensamos y sentimos la revolución, no seremos capaces de realizarla nunca. No por casualidad «llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones y ese mundo está creciendo en este momento». Debemos pensar, sentir y crear la realidad que queremos, encontrar las formas concretas de pasar de la idea, del anhelo, a la realidad.

Elementos para una revolución en el siglo XXI

«Las revoluciones no son hijas del estomago, son hijas del pensamiento.»
Soledad Gustavo

Hoy

Para pensar y hacer la revolución es inevitable analizar la situación en que nos encontramos en cada momento. Actualmente nos encontramos en un mundo hiper-industrializado, depredador de recursos, regido por una salvaje economía de mercado y grandes Estados, instituciones que se disfrazan de garantes de la seguridad y la libertad, pero que en realidad no son más que máscaras para mantener unos regímenes de dominación y de explotación. En estos territorios sobreviven individuos individualizados e individualistas, alienados y cómplices del sistema, que en su mayoría no se cuestionan el orden establecido sino que optan por una apatía y un victimismo conformista.

Hoy el mundo está en crisis. En occidente se desploman los valores de una civilización milenaria, la organización político-económica empieza a quebrarse, la abundancia de recursos materiales y la ficción del crédito han tocado techo, el ejército de reserva no para de crecer y se vislumbra la verdadera naturaleza del trabajo asalariado como forma de esclavitud, falsa libertad en un mundo de cadenas. El hecho de que el sistema cada vez que pueda satisfacer menos las propias expectativas y promesas, le hace perder credibilidad y fuerza.

Así, se nos abre una ventana de oportunidad, un momento en el que se hacen muy evidentes las contradicciones del propio sistema y la incapacidad del Estado y el mercado para cubrir las necesidades humanas más básicas. Esta ventana se abre después de décadas de desarrollo del Estado de bienestar en occidente, de llenar los estómagos vaciando el espíritu, de aniquilar las comunidades y sus lazos de ayuda mutua dejando sólo individuos aislados e insociables[^8]. Frente a este panorama nos preguntamos: ¿quién puede hacer la revolución hoy?

El sujeto revolucionario

El sujeto revolucionario es el grupo social que realiza o puede llevar a cabo la revolución. Durante la modernidad, la concepción más ampliamente aceptada era que el proletariado, la clase trabajadora, era el máximo exponente del sujeto revolucionario; actualmente, con el crecimiento de los trabajos en el sector terciario en Europa, la externalización de las actividades industriales en países con menos controles laborales y medioambientales, y la exclusión de cada vez más capas de la población del trabajo asalariado, la conciencia de clase proletaria se encuentra bajo mínimos y ni siquiera se puede hablar propiamente del proletariado como tal.

Las condiciones objetivas —la situación económica, social, etc. en un momento y lugar determinados— son importantes para que los oprimidos podamos devenir sujeto revolucionario, pero estas condiciones por sí solas no son ni mucho menos suficientes. Las penurias no son el motor de la revolución, aunque si que pueden ser parte del material que facilite la combustión. El principal motor de la revolución es la voluntad de construir un mundo más libre, una sociedad más humana y natural, y esta voluntad crece en el interior de las personas más allá del hambre o los déficits materiales que sufran. La mayor victoria del sistema establecido se daría si éste consiguiera aniquilar del todo los anhelos y el espíritu de libertad que está en la esencia humana, haciendo que los oprimidos amen sus cadenas y no vean los barrotes de las jaulas que los inmovilizan. Para evitar llegar a este punto, es fundamental auto-construirse como individuos revolucionarios, cultivar las capacidades y avivar la propia voluntad revolucionaria así como despertar aquella que yace dormida bien al fondo de algunos de nuestros iguales. Es imprescindible que tengamos una actitud de mejora de nuestras habilidades y cualidades para hacer y ser, cada vez más, sujetos aptos para la revolución.

Así, es probable que los cambios revolucionarios sean estimulados y catalizados por unas pocas personas con visión estratégica y conciencia profunda, lo que no es factible ni deseable es que éstas tengan una actitud de dominación hacia el pueblo, al contrario, es imprescindible que fomenten la liberación y la toma de conciencia del mayor número de personas posible para que estas puedan dar lo mejor de sí y se produzca realmente un cambio sustancial desde la base.

Pensamos que la conjugación de la potencia de las ideas revolucionarias y la gravedad de la situación actual nos dan una posibilidad de hacer exitosa la revolución. De todos modos, esta no puede tener éxito si no nos auto-construimos como sujetos revolucionarios, si no somos suficientes personas dando el máximo para la revolución, dedicando el máximo de nuestro tiempo, esfuerzos, recursos y creatividad a la tarea revolucionaria.

En este sentido, es necesario desarrollar buenas actitudes convivenciales, restaurar el buen trato con los demás y potenciar la empatía y la comprensión entre iguales. Las buenas actitudes también incluyen la sinceridad, la autocrítica y la crítica constructiva, desde el respeto y el amor pero sin caer en un»buenrollismo»anestésico que no nos permite avanzar. Asimismo, es fundamental que no sólo luchemos para construir nuevas estructuras a nivel exterior sino también, a nivel individual e interior, repensar qué dinámicas negativas estamos reproduciendo: enfrentamientos personales, actitudes intransigentes, falta de compromiso y humildad, victimismo, etc. son problemas que minan nuestro potencial y es necesario que cada uno seamos conscientes de los propios, y que nos comprometamos a cambiarlos y ayudarnos mutuamente a cambiarlos para poder tener una actitud más constructiva, abierta y honesta, una actitud verdaderamente revolucionaria[^9].

Hacia una revolución integral

Si bien en algunos momentos se ha tenido en cuenta la necesidad de un cambio personal y al mismo tiempo de estructuras, normalmente se ha hecho mucho más énfasis en uno de los dos. Creemos que es necesario una superación del falso dilema entre cambio social o cambio personal, ya que ambos cambios, el exterior y el interior van de la mano y deben avanzar en paralelo. No podemos pretender hacer ninguna modificación sustancial del orden establecido si no nos auto-construimos al mismo tiempo como sujetos con habilidades, voluntad y riqueza interior.

El vacío interior es un problema especialmente grave hoy, se ha perdido cualquier noción ética, y sin un trabajo en este aspecto no será posible una revolución ni una sociedad basada en la autonomía. Por ello, para actualizar el concepto de revolución hoy, necesitamos darle la importancia que tiene. En resumen, quizás en otras épocas tenía sentido dar más peso a uno de los cambios, pero lo que está claro es que hoy hay que añadir una mejora personal a la revolución social y la revolución política, lo que podemos llamar como una revolución integral[^10].

Además, hay que considerar que el cambio sistémico debe abarcar todos los niveles de la existencia personal y colectiva y aplicarse a todas las dimensiones de la vida, modificándolas sustancialmente en un sentido emancipador.

Amplitud de miras

Nuestras metas no pueden estar guiadas simplemente por lo que creemos más realizable; dotarnos de metas como la revolución, que pueden parecer irrealizables, nos proporciona la orientación que deben seguir nuestros actos si queremos hacer de este mundo un lugar habitable. Debemos ser conscientes de que realizar la revolución de la que estamos hablando, construir esta nueva humanidad contra la barbarie imperante con los medios e inercia del status quo actual es altamente difícil, pero es al mismo tiempo un reto ineludible —estamos en una encrucijada histórica como humanidad, de consecuencias imprevisibles— y válido por sí mismo, independientemente del resultado que logremos. Debemos armarnos de responsabilidad histórica y grandeza de miras, ir a por todas y no ponernos nosotros mismos más límites que los que ya tenemos.

Estrategia[^11]

Entendemos la estrategia como la concepción general y el plan de acción concreto para alcanzar unos objetivos desde un punto de partida. En este caso la estrategia a desarrollar es la de hacer una revolución democrática integral en el siglo XXI; una estrategia basada en la realidad actual y los aprendizajes del pasado. Seguidamente esbozamos algunas humildes propuestas en este sentido:

  • Construir un movimiento revolucionario: Para lograr un reto de la magnitud que planteamos es necesario realizar un trabajo común entre proyectos, luchas, movilizaciones, etc. con esencia revolucionaria que nos sirva para avanzar juntos con una estrategia que esté a la altura de los tiempos que corren y unas tácticas adecuadas al momento histórico y los aprendizajes adquiridos. Es imprescindible que nos coordinemos y unamos fuerzas para construir una alternativa integral, real y contundente en todas partes, para no quedar marginados y ser simplemente una anécdota con potencial transformador irrisorio dentro del sistema. Debemos pensar en cómo crear i coordinar un movimiento revolucionario aglutinador, no para diluir la heterogeneidad, sino para generar sinergias. Para ello creemos que es importante realizar un proceso de debate abierto, no dogmático y sin banderas, donde poder hablar de las ideas y encontrar unas bases comunes sobre las que construir este movimiento[^12].
  • Transición revolucionaria: como se ha esbozado anteriormente, para poder construir el embrión de la nueva sociedad y ser una masa crítica con conciencia revolucionaria, necesitamos realizar un proceso de transición en el que vayamos practicando y consolidando las nuevas instituciones y valores que queremos que predominen. Es necesario que este proceso se lleve a cabo con conciencia y dentro de una estrategia revolucionaria para que las medidas transicionales tengan sentido y no puedan ser distorsionadas.
  • Instituciones paralelas: Como también hemos comentado, es fundamental construir instituciones que nos permitan irnos haciendo fuertes, depender menos del sistema, ensayar la nueva sociedad, transformar nuestras formas de hacer, ser y relacionarnos, etc. Esta praxis también nos hará más hábiles para resistir y para poner en tensión el sistema establecido, al tiempo que nos permitirá irnos preparando para poder derrocarlo.
  • Coherencia entre medios y fines: Uno de los postulados claves del proceso revolucionario por el que apostamos es que es necesario que los medios para realizar esta transformación estén en concordancia con los fines que anhelamos. Así, por ejemplo, si nuestra voluntad es establecer una sociedad igualitaria —gobernada por asambleas—, no vamos a usar medios oligárquicos para alcanzarla —tomar el poder del Estado. Si nuestra voluntad es generar conciencia desde la base, no nos convertiremos en una vanguardia impositiva que ostenta una visión científica del cambio social que hay que aplicar. Se trata, pues, de impugnar las estructuras del sistema de dominación establecido (dinero oficiales, empresas capitalistas, administración estatal, etc.) y utilizarlos sólo en la medida que sea necesario para sustituirlas por nuevas estructuras autónomas, comunitarias y ecológicas[^13].
  • Auto-construcción de sujetos revolucionarios: necesitamos tener la fortaleza, voluntad, actitud y aptitudes para realizar la revolución. Debemos encontrar formas para trabajar estos aspectos explícitamente para poder afrontar todo lo necesario para lograr lo que anhelamos.
  • Integralidad y radicalidad: Los problemas que tenemos hoy son globales, es necesario abordar las problemáticas desde una perspectiva holística y yendo a la raíz y no sólo a los síntomas.
  • Arraigo y territorio: En concordancia con la forma de organización por la que apostamos, la estrategia debe basarse en el arraigo al territorio; las instituciones que generamos deben ser locales y vinculadas a territorios concretos, decidiendo todo lo que se pueda a nivel local (principio de subsidiariedad) y confederarnos para lo que sea necesario abordar en un ámbito de mayor alcance. Este arraigo implica trabajo diario con nuestros vecinos y vecinas, construyendo con una posición firme pero con las realidades heterogéneas de cada territorio.
  • Sobre la violencia: En el contexto actual, teniendo en cuenta el gran desarrollo en el campo del control y la represión que poseen los que ostentan el poder, es difícil pensar que sea estratégico un enfrentamiento directo con estos.
    Por otro lado, la violencia física, la represión, la imposición, etc. son sus armas, son parte de su mundo. Nosotros tenemos otro paradigma y por lo tanto tenemos que buscar minimizar la violencia y, éticamente, maximizar el respeto hacia toda vida humana, usándola sólo cuando sirva a la consecución de este fin, cuando sea la única vía que nos quede para reducir la violencia sistémica. En este sentido, nos sentimos afines a un principio básico de la estrategia que nos recordaba Sun Tzu «La mejor batalla es la que se gana sin combatir».
    No obstante, no podemos obviar que las élites, al querer mantener y perpetuar el sistema establecido, atacarán y perfeccionarán las formas de represión hacia quien lo ponga en cuestionamiento. Es más, es muy probable que a medida que seamos más en la tarea revolucionaria la violencia sea más contundente. Por lo tanto, vemos necesario pensar y ensayar formas para defender todo lo que estamos construyendo y encontrar las mejores maneras de confrontar el aparato represor del Estado, adecuándonos a los contextos que vamos viviendo, pero sin hacer de la violencia el centro de la tarea revolucionaria.

Algunas tácticas

De acuerdo con estas líneas generales de la estrategia proponemos un esbozo de algunas tácticas que podemos llevar a cabo en nuestros territorios desde ahora. Pensamos que siempre que podamos debemos plantear tácticas que dependan al máximo de nuestra acción, ya que estas serán las más realizables, centrarnos en qué haremos nosotros y no en que pediremos o qué derechos tenemos que reclamar. Por brevedad sólo explicamos algunas tácticas a las que pensamos que habría que dar más impulso en el estadio actual[^14]:

  • Espacios de auto-aprendizaje: Grupos de estudio, debates públicos,… modelos de autogestión de la formación donde todas tengamos la misma oportunidad de aportar y nos permitan formarnos en diversos campos, así como reflexionar colectivamente.
  • Asambleas populares: Pensamos que la forma democrática de gestionar la política en una sociedad auto-gestionada es en base a la asamblea popular, es decir, la asamblea de todos los vecinos y vecinas de un territorio. Para avanzar en el desarrollo de esta e ir practicando organización asamblearia efectiva proponemos crear grupos que trabajen para preparar una asamblea que quiera convertirse en popular. Los primeros pasos podrían ser imaginar y encontrar espacios donde reunirse, estudiar y practicar métodos de dinamización que se puedan reproducir a pequeña y gran escala y dotarla de recursos materiales comunes y de legitimidad, para irle otorgando poder, a fin de que pueda llegar a ser una asamblea popular real y no sólo un encuentro de vecinas y activistas comprometidos. Asimismo será necesario dotarse de espacios más informales de deliberación, encuentro, conocimiento, debate, etc. entorno a esta asamblea.
  • Colectivizaciones: Obtener la propiedad de viviendas, locales e infraestructuras y gestionarlas colectivamente, pero explicitando la voluntad de cederlas a la asamblea popular del territorio donde se encuentren cuando ésta funcione como tal.
  • Cooperativas populares: empresas cooperativas del pueblo y para el pueblo, es decir, un nuevo tipo de empresas la propiedad y el control de las cuales está en manos de la ciudadanía. El objetivo es que la asamblea popular decida las líneas generales de funcionamiento. Mientras no exista asamblea popular como tal, la cooperativa se gestiona colectivamente, pero aportando recursos a la construcción de una nueva economía y de un nuevo movimiento[^15].
  • Insumisión y desobediencia: La legalidad intentará blindarse para que no podamos avanzar en nuestro proceso revolucionario, no sólo con las trabas que ya conlleva esta, sino con nuevas regulaciones que se irán inventando a tal efecto. Por eso una táctica fundamental es la desobediencia y la insumisión (ocupación, expropiación, desobediencia civil o fiscal, etc.). Para ello es conveniente tener el máximo de apoyo posible y legitimidad reconocida; pensamos que hay que vincular estas acciones ilegales explícitamente con la construcción de una alternativa, vinculando la construcción y la resistencia. Esto nos permite al mismo tiempo, mostrar la oposición y confrontación entre el Estado y las personas, la naturaleza opresiva del sistema e ir explicitando un Nosotros.
  • Apoyo mutuo y formas de vida comunitaria: Uno de los pilares del sistema actual es el interés individual. Para combatirlo, una táctica fundamental es aprender a vivir en común practicando el apoyo mutuo, tanto en el campo como en la ciudad. Compartir los recursos, los cuidados y el dinero. Crear y gestionar espacios donde podamos vivir, socializarnos y desarrollar los valores que propugnamos, donde podernos construir como personas junto con nuestros iguales.

Estas son sólo algunas ideas, muchas de estas prácticas ya se están empezando a llevar a cabo aunque de manera incipiente. Necesitamos articular todas estas herramientas en una misma construcción para que su efecto sea suficientemente transformador. Para ello pensamos que hace falta profundizar en el debate sobre cómo hacer la revolución hoy, dedicar esfuerzos y encuentros a abordar preguntas claves: ¿qué análisis hacemos de la situación actual? ¿cómo nos preparamos como sujeto revolucionario? ¿qué estrategia empleamos para la tarea que nos proponemos? ¿de qué tácticas nos dotamos? ¿cuándo y cómo las implementamos? ¿cómo nuestras prácticas pueden enmarcarse o transformarse dentro de esta estrategia? ¿de qué nuevas prácticas nos dotamos? ¿cómo articulamos un movimiento revolucionario?

[^1]: Este es un texto en proceso, un conjunto de reflexiones fruto de conversaciones, lecturas, debates,… es una invitación a pensar y debatir, aportando elementos que encontramos relevantes, a una cuestión candente: ¿cómo hacer la revolución hoy? ¿Cómo superar la miseria y la barbarie actuales? Esperamos que sirva como contribución al pensamiento colectivo, y para dar un paso más en la construcción un movimiento revolucionario.

[^2]: Ver el texto del segundo bloque del ciclo de debates Reforma o Revolución: «Reformismo: Refundación o superación?».

[^3]: Así, es de esperar que en la revolución se den momentos de revuelta, puntos álgidos donde se exprese el descontento generalizado por la situación que se sufre, pero una revuelta en sí misma no será nunca una revolución, sino sólo una pequeña parte de ésta. Sublevarse, expresar el malestar en determinados momentos, puede ser positivo, pero si queremos hacer una transformación sustantiva y duradera del orden establecido no basta con enfrentarse a la opresión, hay que actuar estratégicamente y constructivamente para acabar con ella de raíz.

[^4]: Creemos que el hecho de que muchas acciones estén centradas sólo en atacar las consecuencias está ligado con la ausencia de un proyecto revolucionario. Para acabar con la dominación debemos organizar una alternativa que aborde los problemas desde sus causas. Pensamos que lo que es utópico es intentar superar los problemas yendo sólo a las consecuencias y no abordándolos yendo a la raíz.

[^5]: Puente, I. «El comunismo libertario y otras proclamas insurrecionales y naturistas», 1933

[^6]: Así, a pesar de su capacidad de controlar militarmente la ciudad y gestionar prácticamente la totalidad de la economía, no tenían una estructura política que pudiera gestionar lo común y destituir el gobierno de la Generalitat. Pensamos que esta falta de claridad, provocó una serie de contradicciones como entrar a colaborar con el gobierno de la República y finalmente abandonar la revolución (como denunciaron «Los amigos de Durruti»).

[^7]: Extracto del artículo «sobre la tarea revolucionaria» del blog: http://emboscado.blog.com

[^8]: Es paradigmático cómo han cambiado las relaciones en el espacio público y entre iguales en los últimos 50 años, antes la gente se hablaba y se ayudaba, ahora encontramos miradas vacías en el horizonte o cabezas gachas y caras largas. Si tenemos problemas llamamos a la policía, si necesitamos ser atendidos vamos a los servicios sociales. Un artículo que expone el nivel de decadencia convivencial al que hemos llegado se puede encontrar aquí: http://es.scribd.com/doc/203098624/Infierno-convivencial-Felix-Rodrigo-Mora

[^9]: Para construir el sujeto revolucionario es fundamental recuperar el tan olvidado concepto de virtud. En este sentido podemos decir que hemos de realizar una «Revolución Virtuosa» tal y como se sugiere en el siguiente artículo: http://blai-dalmau.blogspot.com.es/2013/06/proces-constituent-o-revolucio-integral.html

[^10]: Cuando hablamos de revolución integral nos referimos tanto a este cambio de estructuras por otras basadas en la autonomía como a la necesaria transformación psíquica y espiritual de los sujetos. Así, la revolución interior, personal, debe avanzar en paralelo y al mismo ritmo que la revolución exterior, social. La suma de una y otra dan una revolución integral.

[^11]: Muchas reflexiones estratégicas aquí expuestas beben del proyecto de la democracia inclusiva. Para profundizar recomendamos el artículo: Fotopulos, T «Estrategias de transición y el proyecto de la Democracia Inclusiva».

[^12]: En esta línea celebramos las iniciativas del procés embat y de la llamada integravolucio. Animamos a tener una actitud abierta y no dogmática, evitando posiciones de trinchera para poder hacer un debate profundo y fructífero y acordar unas bases comunes, no un consenso de mínimos de todos los movimientos sociales, sino una visión común y unas líneas estratégicas de los movimientos revolucionarios. Para ello hay que centrarse en lo fundamental, dejar los enfrentamientos personales o las discusiones poco relevantes. Esto sólo puede lograrse con una apuesta clara de todas las personas para acabar con estas actitudes, demostrando una altura de miras suficiente que ponga el interés general y el bien común por delante.

[^13]: Ver el artículo: http://blai-dalmau.blogspot.com.es/2013/06/proces-constituent-o-revolucio-integral.html

[^14]: Otras tácticas que no detallamos por no extendernos más, pero que podemos comentar en el debate pueden ser: mutualismo auto-gestionario, municipalismo, sabotajes, lucha en los lugares de trabajo, etc.

[^15]: Para reflexionar más sobre esta propuesta se puede leer el artículo: «Empresas ciudadanas, en camino hacia una nueva economía democrática».

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