Pensando la transformación social hoy: Construir un nuevo mundo ⟺ Acabar con el orden establecido
Introducción[^1]
Actualmente nos encontramos en un mundo hiperindustrializado, depredador de recursos, regido por una economía de mercado salvaje y grandes Estados, instituciones que se disfrazan de garantes de la seguridad y la libertad, pero que en realidad no son más que máscaras para mantener unos regímenes de dominación y de explotación. En estos territorios sobreviven individuos individualizados e individualistas, alienados y cómplices del sistema, que en su mayoría no se cuestionan el orden establecido sino que optan por una apatía y un victimismo conformista.
Hoy este mundo está en crisis. En occidente se desploman los valores de una civilización: la organización político-económica comienza a hacer crisis, la abundancia de recursos materiales y la ficción del crédito han tocado techo, el ejército de reserva no para de crecer y se entrevé la verdadera naturaleza del trabajo asalariado como forma de esclavitud, falsa libertad en un mundo de cadenas. El hecho de que el sistema cada vez pueda satisfacer menos las propias expectativas y promesas, le hace perder credibilidad y fuerza.
Así, se nos abre una ventana de oportunidad, un momento en que se hacen muy evidentes las contradicciones del propio sistema y la incapacidad del Estado y el mercado para cubrir las necesidades humanas más básicas. Esta ventana se abre tras décadas de desarrollo del Estado del bienestar[^1] en occidente, de aniquilar las comunidades y sus lazos de ayuda mutua dejando solo individuos aislados e insociables[^3]. Ante esta situación surge una pregunta fundamental: ¿luchamos por cambiarlo o nos conformamos y «tiramos» con lo que hay? Este texto va dirigido a las personas que se decantan claramente por la opción transformadora, a las cuales enviamos de entrada un cálido abrazo.
Como siempre, la opción menos cómoda es la que nos abre más preguntas: ¿Cómo salir de esta dinámica? ¿Hasta dónde tiene que llegar el cambio que permita salirnos? ¿Cuáles son las causas? Y aquí es donde se presenta una gran dicotomía que, como argumentaremos más adelante, tiene consecuencias determinantes en nuestra acción transformadora: ¿las causas provienen de un mal funcionamiento del sistema estatal-capitalista o son consecuencia inevitable de las dinámicas inherentes a este?
Según la primera opción, el problema no es la organización en Estado y mercado autorregulado capitalista, sino algunos elementos relativos al funcionamiento de este sistema. Así, únicamente a través de cambios parciales (reformas), aun conservando el marco sistémico, podemos llegar a una sociedad que no reproduzca las dinámicas negativas que nos amenazan. Como la idea base de esta opción es que con reformas hay suficiente, la denominamos reformismo. Muchas de estas iniciativas pretenden cambiar de una u otra manera la legalidad vigente, tratando de introducir regulaciones para mejorar las dinámicas imperantes y volver al funcionamiento del sistema antes de la crisis, o conseguir más redistribución de la riqueza y más participación ciudadana, pero manteniendo intacta la esencia oligárquica de las estructuras actuales.
Por otro lado, la segunda opción significa que el problema es el sistema en sí, y que por tanto es necesario cambiarlo desde la raíz (acabando con todas sus instituciones y valores), y sustituirlo por otro sistema que minimice aquellas dinámicas. Se trata de iniciar una transformación profunda y generalizada de la forma de vida, un cambio cualitativo, sustantivo y de gran alcance en las estructuras y valores que definen una sociedad, una revolución.
Entonces podemos decir que «reformismo o no reformismo» es una dicotomía que va asociada directamente a los fines, y sólo indirectamente a los medios. En este sentido, muchos proyectos o acciones tendrían que considerarse reformista o no en función de si se realizan como parte de una estrategia más amplia de transición sistémica (hacia un nuevo sistema). La importancia de unos fines revolucionarios radica en la gran habilidad del sistema actual, a través de los medios de comunicación, de la presión y de la represión, para cooptar cualquier iniciativa que proponga abolirlo, y transformarla en compatible con él. Para no caer en esto, es imprescindible recordarnos constantemente el porqué de nuestra lucha a través de unos fines que apunten clara y explícitamente al sistema actual como el objetivo del cambio.
No obstante, decir que nuestros fines son revolucionarios, que queremos acabar con el sistema actual, resulta insuficiente. Dado que se trata tan solo de una entre las múltiples posibilidades de sistemas basados en la concentración de poder en pocas manos, la dicotomía sobre la cual hemos centrado este texto no agota todas las posibilidades. Consecuentemente, es todavía más básico preguntarnos: ¿qué sociedad queremos?
Es aquí donde surge la oposición entre autonomía y heteronomía, dos maneras de entender la organización social que han estado en pugna a lo largo de la historia. La primera, que viene del griego «auto» («uno mismo» y «nomos» («norma» o «ley») quiere decir determinarse uno mismo. Como somos seres sociales que nos necesitamos los unos a los otros, se trata de tener la posibilidad real de participar juntamente con todos los demás, en un plano de igualdad efectiva, en la determinación de nuestro destino social y de desarrollar individualmente nuestra persona. Por su lado, heteronomía significa lo contrario: las normas no provienen de la sociedad en sí, sino de un ente separado de esta, es decir, una élite.
Dado que el sistema estatal-capitalista se basa en la creciente concentración de poder en pocas manos, podemos afirmar rotundamente que pertenece al mundo de la Heteronomía. Así pues, si nos decantamos en favor de la Autonomía, inevitablemente señalamos la necesidad de un cambio de sistema y por lo tanto nos declaramos automáticamente partidarios de una revolución, que además tiene que apuntar hacia una sociedad basada en la Autonomía. Es fundamental tener en cuenta que lo que hace falta cambiar no son sólo ciertas formas políticas o económicas, sino la forma de vivir y de entender la vida. Por esto pensamos que es imprescindible recuperar la voluntad y la tarea revolucionaria: construir nuevos valores y formas de organizarnos, acabando con los valores hegemónicos y las instituciones actuales.
La trampa del reformismo
«La miseria es el síntoma, el mal la esclavitud.»
I. Puente
Los orígenes del reformismo se remontan a la formación de los primeros Estados modernos y al proceso paralelo de des-socialización de los mercados, entendido como el paso del control del mercado mayoritariamente por las personas al control de las personas por el mercado[^4]. Nos situamos, entonces, en un momento de guerra y represión sangrante por parte de las clases favorecidas contra el pueblo, que defendía la autonomía que todavía tenía. No obstante, dado que siempre es mucho más efectivo dominar por engaño que por prohibición, el nuevo proyecto de sociedad se fue consolidando a través de un discurso legitimador y seductor.
Para hacer creer al pueblo que si se sometía a las nuevas normas oligárquicas obtendría grandes beneficios a medio o largo plazo, se utilizó el reclamo del aumento de las fuerzas productivas fruto de la industrialización, la deslegitimación del campo y la difusión de la cultura burguesa y los valores del liberalismo conectando al mismo tiempo con los ideales de progreso de la Ilustración.
De la conjunción de estos ideales con el anhelo de una sociedad sin clases fue surgiendo la idea de la socialdemocracia, que suponía que a través de pequeñas mejoras del sistema se iría avanzando progresivamente hacia una sociedad libre; el capitalismo y la esclavitud que este comportaba eran un «mal necesario».
La materialización de este ideario se hizo a través del proyecto del Estado de Bienestar, considerado como la culminación de la trayectoria de evolución y progreso de las sociedades occidentales. A través de este, el Estado ofrecía a la ciudadanía una cobertura de ciertas necesidades materiales básicas y una mejora de las condiciones de vida. El precio a pagar fue todo un proceso de expropiación por el Estado y el mercado de las formas autónomas de satisfacer estas necesidades, la rotura de los vínculos relacionales que habían sido la base del apoyo mutuo, la construcción de un modelo global de concentración de los recursos en los países occidentales controlados por las diferentes élites, y la aceptación de estas estructuras heterónomas y oligárquicas por parte del pueblo. Así mismo, en el imaginario colectivo, el reformismo como estrategia y los partidos socialdemócratas habían conseguido los niveles de apoyo más amplios de todos los tiempos, con la consecuente pérdida del ideal revolucionario y una tendencia hacia el conformismo generalizado que afianzó las estructuras heterónomas del Estado y el mercado internacionalizado.
En las últimas décadas, no obstante, hemos sido testigos del derrumbe de las promesas lanzadas por los defensores del Estado del Bienestar y del fracaso en la aplicación de estrategias reformistas para intentar cambiar la sociedad. La internacionalización de la economía de mercado desde mediados de los años 70 comportó el fin del consenso socialdemócrata y el advenimiento del consenso neoliberal. Los partidos socialdemócratas abandonaron toda idea de cambio sistémico real, y se incorporaron a la agenda neoliberal de mercados de trabajo «flexibles», minimización de los controles sociales sobre el mercado, reducción y privatización de los servicios sociales asistenciales, etc.
El fracaso del reformismo como estrategia
Hoy en día este fracaso ha degenerado hasta una situación de crisis en todos los ámbitos de la sociedad, poniendo en evidencia la falacia en la cual estaba basada la ideología del progreso. Se hace patente entonces que las estrategias reformistas no sólo no nos conducen a una sociedad basada en la autonomía, sino que incluso, a efectos prácticos, acaban fortaleciendo las propias instituciones oligárquicas y los sistemas de valores correspondientes.
Pensando en la transformación social hoy, vemos que la estrategia reformista es insuficiente, utópica, a-histórica e indeseable.
Por un lado, es insuficiente porque se queda corta en el análisis de las causas de la crisis multidimensional actual. La estrategia reformista responde a la crisis actual pero no afronta de raíz el problema: en ningún momento impugna ni trata de sustituir las instituciones fundamentales del sistema actual, es decir, el Estado «democrático» representativo y la economía de mercado capitalista, sino que se limita a reivindicar algunas mejoras. Sin embargo, la crisis generalizada que estamos viviendo hoy en día no se debe al mal funcionamiento de estas instituciones sino a su propia idiosincrasia, las dinámicas que las rigen dan lugar a una inmensa y creciente concentración de poder que no puede ser revertida a través de cambios que no modifiquen la raíz del sistema vigente.
Así, el reformismo propone una estrategia utópica; suponiendo que una tenaz y ardua lucha popular consiguiese implementar algunas de las reformas sugeridas por las corrientes reformistas, estas no podrían hacer otra cosa que imprimir un ritmo ligeramente más lento al avance de la crisis multidimensional en curso ya que indefectiblemente habrían de ser compatibles con el funcionamiento y la dinámica del sistema actual. En el improbable caso de que no lo fuesen tendrían los días contados porque aquellos países que los aplicasen reducirían su competitividad, hecho que los haría entrar en una crisis económica profunda[^5]. Un caso ilustrativo de esto es el proyecto de Unidad Popular de Chile (1970-1973), donde unas reformas demasiado ambiciosas llevaron al país a una situación de extraordinaria inestabilidad económica y propiciaron el establecimiento por golpe de Estado del régimen totalitario de Pinochet de la mano del imperialismo norteamericano, que gracias a esto ganó mucho poder en la zona.
Por otro lado, es a-histórica porque ignora que actualmente la dinámica socioeconómica del sistema no es la de aumentar los controles sociales sobre los mercados (protección del medio ambiente, de las personas, del trabajo, etc.), sino bien al contrario. La dinámica de mercantilización -a cada vez más territorios, y a la vez de más aspectos de nuestra vida- es imparable en el marco sistémico actual. Estado de Bienestar sólo ha constituido un pequeño paréntesis de unas décadas que, a causa de circunstancias excepcionales, ha podido paliar alguno de los aspectos de esta dinámica, y que ha servido para fortalecer enormemente la credibilidad del sistema, después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Así, el progresivo desmantelamiento del Estado de bienestar que estamos sufriendo no es consecuencia de unas malas políticas aplicadas por unos malos políticos, tal y como sugieren los análisis reformistas, sino de las propias dinámicas inherentes al sistema, que provocan que no sea viable volver a él ni a nada que se parezca.
Por último, la estrategia reformista es indeseable porque ni en el mejor de los casos puede llevar a la comprensión de la amplitud de los cambios que son necesarios tirar adelante para provocar un cambio social real. Por ejemplo, diversos sectores sostienen que las demandas reformistas pueden hacerse con fines revolucionarios, porque el más que probable incumplimiento de estas por parte de las élites del poder puede producir -según ellos- una radicalización de la conciencia que a la vez puede llevar a una situación revolucionaria. No obstante, aunque tenga alguna lógica aparente, este tipo de argumentaciones son perniciosas por dos motivos: en primer lugar porque se basan en una concepción instrumentalista del pueblo que olvida -sin querer o deliberadamente- que el camino hacia una sociedad realmente democrática[^6] implica transparencia; en segundo lugar porque a la práctica conducen a un debilitamiento del pensamiento antisistémico a medio plazo, a causa del olvido progresivo que inevitablemente provoca una práctica tan alejada de los objetivos supuestamente revolucionarios. En cambio, en una estrategia revolucionaria, los objetivos son explícitos y los medios o tácticas que se utilizan son coherentes con estos objetivos, ya que se entiende que no se puede superar la alienación con medios alienados.
Hacia una superación del reformismo
Si bien hemos argumentado la imposibilidad de cualquier estrategia reformista para resolver la crisis multidimensional que nos afecta, creemos que muchas iniciativas reformistas comparten características positivas, como el hecho de dedicar cierto tiempo de la vida a intentar mejorar la sociedad, de mirar la realidad con ojo crítico o de estar abierto a debatir sobre cómo mejorarla. Nos queremos distanciar, de esta forma, de los sectores «revolucionarios» puristas que solo critican a diestro y siniestro sin proponer alternativas, porque estamos convencidos de que el proyecto revolucionario sólo puede construirse desde el diálogo crítico constructivo entre las personas que queremos cambiar la situación actual. Por tanto, lo que intentamos hacer aquí es una crítica constructiva, que contribuya al debate sobre la transformación social hoy y permita hacer nuestra acción colectiva más transformadora.
Llegados a este punto es apropiado hacer la pregunta: ¿cómo puede ser que si se ha comprobado que las estrategias reformistas fracasan se siga recorriendo a ellas desde la mayoría de movilizaciones y movimientos sociales?
En primer lugar, porque se sigue concibiendo al Estado de bienestar como una conquista de las clases populares y no como la otra cara de un sistema de dominación. Por esto se sigue pidiendo, incansablemente, que el Estado proporcione derechos y servicios, en lugar de coger la responsabilidad sobre nuestra vida y asumir los deberes que comporta la libertad. Así, el factor innegable que conduce al reformismo es el conformismo. De esta manera, ganan fácilmente popularidad proyectos con apariencia y lenguaje nuevos pero que en el fondo son una reelaboración de la estrategia reformista. Un ejemplo ilustrativo y bien actual puede ser el proyecto «Podemos» que, a través de un programa de reformas utópicas y una puesta en escena que intenta recrear las formas del 15M, pretende ofrecer una nueva cara -con nuevos personajes carismáticos- a la vieja y degenerada izquierda estatista española.
En segundo lugar, porque el paradigma social dominante promueve la comodidad y la rapidez, cuando el proceso de cambio revolucionario es duro y lento. Este paradigma empuja a muchas personas a aquello que podríamos denominar inmediatismo, a querer resultados y a esperarlos ahora mismo. A menudo no se tiene en cuenta que si el sistema actualmente establecido ha tardado más de dos siglos en formularse y desarrollarse en su complejidad, no es factible intentar cambiar sus dinámicas de un día para otro. El paradigma actual también imbuye a muchas personas hacia el hiperactivismo, es decir, la tendencia a creer que lo «práctico» es participar en movilizaciones varias e impulsar proyectos que nos den la sensación de que alguna cosa cambia YA, mientras se dedica poco tiempo a pensar y reflexionar estratégicamente para realizar pocos pasos pero en la buena dirección y con firmeza, construyendo bases sólidas.
Este proceso se ha puesto de manifiesto últimamente con la decadencia de las movilizaciones del 15M: inicialmente, en muchos lugares, el enfoque revolucionario de centrar las energías en el desarrollo de asambleas con voluntad de ser soberanas en los pueblos y barrios estuvo bien presente, entre otras iniciativas que apuntaban al establecimiento de nuevas instituciones de carácter popular y autogestionario en diversos ámbitos, así como al desarrollo de nuevos valores. En cambio, a causa del inmediatismo imperante y a que no se puso sobre la mesa un proyecto anti sistémico coherente defendido con suficiente fuerza, en un segundo estadio, se fue cayendo en el hiperactivismo, hasta el punto que esta fue la tendencia ampliamente mayoritaria en las iniciativas que son herederas de aquellas movilizaciones, muchas de las cuales tenían un carácter meramente reivindicativo y de lucha de resistencia cotidiana. En un tercer estadio, en el que nos encontramos actualmente, la mayoría de luchas y proyectos herederos del 15-M -con algunas excepciones- han ido perdiendo más fuerza o integrándose en el mar de mobilizaciones que surgen por todos lados, sin proyecto común, cuando no cayendo directamente en la delegación del camabio en partidos y candidaturas pretendidamente alternativas que supuestamente harán el trabajo por nosotros.
Por último, otro factor importante que conduce al reformismo es el hecho de dar por descontadas las instituciones del sistema actual y/o no ser capaces de imaginar nuevas ni de tirarlas adelante. Así, como se hizo patente en el marco del 15M, asistimos a una parálisis social que se acoge a lo conocido aunque se pueda demostrar que nos lleva a un callejón sin salida. Este es el caso también de la iniciativa Procés Constituent, que pretende canalizar el cambio social a través de la proclamación e instauración de una nueva constitución y aportando -en última instancia- nuevos candidatos al gobierno. Otro ejemplo es el de la CUP, que a pesar de presentarse como un «caballo de Troya» de los movimientos sociales en las instituciones, en la práctica esta idea no aparece en su programa, que se limita a defender la implantación de medidas esencialmente socialdemócratas y a legitimar el juego de la política oligárquica parlamentaria, entrando de pleno en su dinámica, sin impugnar su esencia. Así, no sería extraño que la CUP acabase como los Verdes alemanes, es decir, que su paso por las instituciones estatales la acabe transformando a ella y no al revés, como pretende.Actualmente, esta tendencia reformista de dar por sentado el sistema y canalitzar las ansias de cambio de las personas ha ido tomando cada vez más fuerza, también debido a la crisis de «legitimidad representativa» de los partidos políticos y la crisis de la izquierda en general, que han provocado que se redueblen los esfuerzos para reflotar el sistema a través de proyectos que se presentan com a rupturistas pero que mantienen intacto el status quo; es el caso claramente del Partido Podemos y de otras iniciativas similares[^7].
En conclusión, pensamos que nos hace falta superar el reformismo imperante, dejando atrás todas las lacras que acabamos de mencionar y planteando una estrategia global de transición revolucionaria. Esto implica una reflexión profunda sobre cómo cada acción concreta puede contribuir o no a avanzar en este proceso, y esto es lo que intentamos abordar en el resto del artículo.
Elementos para una revolución en el siglo XXI
«La revolución es una fuerza, una voluntad, un deber que es atemporal.»
Anónimo
Aprender de la historia, sentirse parte de ella
El anhelo de la revolución, de cambio fundamental del orden establecido, de luchar por la igualdad y contra la dominación es una constante que encontramos a lo largo de la historia. Cambiar nuestras formas de vida, de una forma no marginal sino que pueda convertirse en hegemónica, implica procesos de magnitud y duración histórica de una gran dificultad. Por esto, para poder hacer la revolución hoy, pensamos que es imprescindible conocer, interpretar e intentar aprender de los intentos pasados, del legado de nuestros antepasados y de sus luchas, continuando con esta tarea histórica. Para aprender realmente de la historia hará falta también entendernos como parte de ella, pensando y adaptando las formas de ser a los nuevos contextos y situaciones.
Las malas hierbas deben arrancarse de raíz
El pueblo, con piedras, armas o únicamente con sus cuerpos, se ha movilizado históricamente contra el Estado y las otras instituciones de dominación denunciando alguna o diversas de sus nefastas consecuencias. Estas acciones de impugnación más o menos explícitas del orden establecido son legítimas y dan fuerza colectiva al realizarlas, a la vez que nos sitúan abiertamente enfrentados a las estructuras y valores vigentes. Aun y así, estas acciones están normalmente centradas en atacar los síntomas y no permiten una verdadera superación de los problemas[^8]; en la mayoría de casos el sistema con un cambio de máscara tiene suficiente para detener las movilizaciones populares, solucionando (algunas veces sólo aparentemente) el síntoma que provoca el descontento, haciendo un lavado de cara pero sin tocar la esencia de su funcionamiento y manteniendo un régimen de dominación que se convierte así en algo más soportable.
En otras ocasiones se ha intentado llevar a cabo un cambio profundo del orden establecido desde una pequeña minoría de la población, tomando el poder del Estado y gestionándolo «para los intereses del proletariado». Así, muchas revoluciones históricas han estado impulsadas, catalizadas y, a veces, incluso realizadas, por una minoría de individuos revolucionarios, una vanguardia (en comparación al conjunto de la sociedad) que a menudo acaba gestionando el poder en favor de sí misma, reproduciendo de nuevo un régimen basado en la dominación.
En los dos casos expuestos, nos encontramos con el mismo problema que imposibilita un cambio como el propuesto: la falta de desarrollo del factor consciente de las personas. Para poder establecer una sociedad autónoma se requieren personas mínimamente autónomas y por tanto tenemos de construir la autonomía tanto a nivel de los individuos como de las instituciones, tenemos que arrancar las malas hierbas de raíz, extrayéndolas también de nuestro interior, forjado en el proceso de socialización de una sociedad enferma. Así, si bien muchas veces se ha asociado la revolución con periodos breves de tiempo, pensamos que para que una verdadera revolución sea posible nos hace falta al menos el tiempo y esfuerzo suficientes para consolidar una firme conciencia revolucionaria.
Ensayando nuevas formas de vivir, construyendo una nueva sociedad
Uno de los intentos históricos que encontramos más acertados en la construcción de una sociedad basada en la autonomía es la revolución española de 1936. Pensamos que podemos extraer diversos aprendizajes. Uno de los más destacables fue la creación de una sociedad paralela, en forma de cooperativas, cultura asociativa, salud y educación autogestionaria, etc. como forma de ensayar nuevas maneras de funcionar con unos valores coherentes con la sociedad que anhelamos.
Al mismo tiempo, esta construcción nos permite hacernos más fuertes y generar autonomía frente al sistema imperante, ayudándonos a solucionar aquí y ahora diversas problemáticas vitales con las que tendremos que enfrentarnos. Este proceso muestra a la sociedad que nuestro proyecto es factible, extendiendo un nuevo imaginario, nuevos valores, relaciones e instituciones afines en las que se irá vertebrando una nueva forma de organización social que pueda convertirse en hegemónica y por tanto pueda substituir a la actual: como ya decía Isaac Puente: «Sólo se destruye aquello que se consigue substituir con ventaja»[^9].
Esta construcción paralela no sólo ha de centrarse en la economía, en la organización de la producción y el consumo, sino, y con la misma importancia, en la cultura, los medios de comunicación, la educación, la política, etc. Hace falta que construyamos nuevas formas de vivir, nuevas instituciones en todos los ámbitos que puedan ser camino, visión y embrión de la nueva sociedad.
Poder e instituciones políticas
Otro factor que podemos aprender de la revolución española, es la necesidad de una concepción clara sobre el poder y las instituciones políticas. El movimiento popular organizado que frenó el golpe fascista y que hizo la revolución en el 1936 estuvo preparándose con éxito durante décadas para gestionar prácticamente todos los sectores de la vida social (desde el abastecimiento de alimentos hasta la defensa). Sin menospreciar la impresionante tarea que desarrollaron los compañeros de aquel tiempo, no podemos obviar que no tuvieron como movimiento suficiente claridad entorno a la gestión del ámbito político como para ir desarrollando una forma de organización política paralela que no dejase espacio para el papel del Estado[^10].
Entendemos el poder político como la capacidad de organizar lo colectivo. Este poder siempre existirá, en mayor o menor medida, y lo que tenemos que hacer es contar con las formas adecuadas para que no se pueda concentrar, generar las instituciones que nos permitan que se reparta de la forma más igualitaria posible. Hace falta entonces no negar el poder político, ni entrar a gestionarlo de forma concentrada, sino gestionarlo de forma horizontal ya que negarlo significa en la práctica dejarlo en manos heterónomas. La concreción de esta forma de organización social que permite organizar el poder de forma verdaderamente democrática no es otra que la Assemblea Popular, que para satisfacer necesidades que requieran organizarse a niveles más amplios que los de una región local, tiene que formar parte de una Confederación de asamblees omnisoberanas.
No esperar la revolución, crearla
Tenemos que esforzarnos para crear las condiciones propicias para la revolución, no esperarla sino quererla, para convertirla en una posibilidad real. Así, «la revolución es ya una posibilidad real cuando es pensada desde sí misma, como proyecto transformador y rupturista de la realidad inmediata, para adecuar los medios precisos disponibles en el presente para su realización con éxito. La revolución es ya una posibilidad desde el momento en que la acción está encaminada a su consecución»[^11]. Efectivamente, el pensamiento y el sentimiento son pasos previos a la acción, sino pensamos y sentimos la revolución no seremos capaces de realizarla nunca. No por casualidad «llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones y este mundo está creciendo en este momento». Hemos de pensar, sentir y crear la realidad que queremos, encontrar las formas concretas de pasar de la idea, del anhelo a la realidad. Materializar el sentir de la revolución.
El sujeto revolucionario
Hasta aquí hemos hablado del qué y del cómo, ahora la pregunta es ¿quién? ¿Quién hará la revolución? Durante la modernidad liberal la concepción más ampliamente aceptada era que el sujeto revolucionario, el motor de la revolución, era el proletariado (todas las personas que tienen que vender su fuerza de trabajo para subsistir). Actualmente, con el crecimiento del sector terciario en Europa, la externalización de las actividades industriales en países con menos controles laborales y medioambientales, y la exclusión de cada vez más capas de la población del trabajo asalariado, la consciencia de clase proletaria se encuentra bajo mínimos.
Las condiciones objetivas -la situación económica, social, etc. en un momento y lugar determinados- son importantes para que los oprimidos podamos convertirnos en sujetos revolucionarios, pero estas condiciones por sí solas no son ni mucho menos suficientes. Las penurias no son el motor de la revolución, aunque sí que pueden ser parte del material que forme parte de la combustión. El principal motor de la revolución es la voluntad de construir un mundo más libre, una sociedad más humana y natural, y esta voluntad crece en el interior de las personas más allá del hambre o los déficits materiales que sufran. La mayor victoria del sistema establecido se daría si este consiguiese aniquilar todos los anhelos y el espíritu de libertad que radica dentro de nosotros, haciendo que los oprimidos amemos sus cadenas y no veamos los barrotes de las jaulas que nos inmovilizan. Para evitar llegar a este punto, es fundamental autoconstruirnos como individuos revolucionarios, cultivar nuestras capacidades y avivar la propia voluntad revolucionaria así como despertar aquella que yace dormida bien al fondo de algunos de nuestros iguales; es imprescindible que tengamos una actitud de mejora de nuestras habilidades y cualidades para hacernos y ser, cada vez más, sujetos aptos para la revolución.
Así, es probable que los cambios revolucionarios sean estimulantes y catalizadores para unas pocas personas con visión estratégica y consciencia profunda; liberándose a la vez ellas mismas de cualquier actitud de dominación hacia las otras, fomentando su liberación y la toma de conciencia del mayor número de personas posible para que estas puedan dar lo mejor de sí y se produzca realmente un cambio sustancial desde la base.
Pensamos que la conjunción de la potencia de las ideas revolucionarias y la gravedad de la situación actual nos dan una posibilidad de hacer con éxito la revolución. De todas formas, como ya hemos apuntado, esto no ocurrirá si no nos autoconstruimos como sujetos revolucionarios y si no somos suficientes personas dando al máximo: dedicando el máximo de nuestro tiempo, esfuerzos, recursos y creatividad a la tarea revolucionaria.
En este sentido, es necesario desarrollar buenas actitudes convivenciales, restaurar el buen trato con los otros y potenciar la empatía y la comprensión entre iguales. Esto incluye la sinceridad, la autocrítica y la crítica constructiva, desde el respeto y el amor pero sin caer en un «buenrrollismo» anestésico que no nos permita avanzar. Asimismo, es fundamental que no sólo luchemos para construir nuevas estructuras a nivel exterior sino que también a nivel individual e interior repensemos qué dinámicas negativas estamos reproduciendo: enfrentamientos personales, falta de compromiso y humildad, victimismo, etc. son problemas que minan nuestro potencial y hace falta que cada uno de nosotros seamos conscientes de los propios, y nos comprometamos a cambiarlos y ayudarnos mutuamente, para poder tener una actitud más constructiva, abierta y honesta[^12].
Hacia una revolución integral
Si bien en algunos momentos se ha tenido en cuenta la necesidad de un cambio personal y a la vez de estructuras, normalmente se ha hecho mucho más énfasis en uno de los dos. Creemos que es necesario una superación del falso dilema entre cambio social o cambio personal, ya que los dos cambios, el exterior y el interior, van cogidos de la mano y han de avanzar en paralelo. No podemos pretender hacer ninguna modificación substancial del orden establecido si no nos autoconstruimos al mismo tiempo como sujetos con habilidades, voluntad y riqueza interior.
El vacio interior es un problema especialmente grave hoy, se ha perdido cualquier noción ética, y sin un trabajo en este sentido no será posible una revolución ni una sociedad basada en la autonomía. Por esto, para actualizar el concepto de revolución hoy, necesitamos darle a esta cuestión la importancia que tiene. En resumen, quizás en otras épocas se le dió más peso a uno de los cambios, pero hoy hace falta añadir una mejora personal a la revolución social y a la revolución política, aquello que podemos denominar como una revolución integral[^13].
Además, hace falta considerar que el cambio sistémico tiene que abarcar todos los niveles de la existencia personal y colectiva y aplicarse a todas las dimensiones de la vida, modificándolas substancialmente en un sentido emancipador.
Grandeza de miras
Nuestras metas no pueden estar guiadas simplemente por aquello que creemos más realizable; dotarnos de metas como la revolución, que pueden parecer irrealizables, nos proporciona la orientación que han de seguir nuestros actos si queremos hacer de este mundo un lugar habitable. Tenemos que ser conscientes de que hacer la revolución de la que estamos hablando, construir esta nueva humanidad contra la barbarie imperante con los medios y la inercia del status quo actual es altamente difícil, pero es al mismo tiempo un reto ineludible y válido por sí mismo, independientemente del resultado que alcancemos. Nos hemos de llenar de responsabilidad histórica y grandeza de miras, ir a por todas y no ponernos a nosotros mismos más límites de los que ya tenemos.
Estrategia[^14]
Entendemos la estrategia como la concepción general y el plan de acción concreto para conseguir unos objetivos desde un punto de partida. En este caso, la estrategia a desarrollar es la de hacer una revolución autonomista en el siglo XXI; una estrategia basada en la realidad actual y en los aprendizajes del pasado. Seguidamente esbozamos algunas humildes propuestas:
- Construir un movimiento revolucionario: para conseguir un reto de la magnitud que planteamos hace falta realizar un trabajo común entre proyectos, luchas, movilizaciones… con esencia revolucionaria, que nos sirva para avanzar juntos con una estrategia que esté a la altura de los tiempos que corren y unas tácticas adecuadas al momento histórico y a los aprendizajes adquiridos. Es imprescindible que nos coordinemos y unamos fuerzas para construir por todas partes una alternativa integral, real y contundente, para no quedar marginalizados y ser simplemente una anécdota con potencial transformador irrisorio dentro del sistema. Tenemos que pensar en cómo crear y coordinar un movimiento revolucionario aglutinador, no para diluir la heterogeneidad, sino para generar sinergias. Para hacerlo, creemos que es importante realizar un proceso de debate abierto y no dogmático donde poder hablar de las ideas y encontrar unas bases comunes sobre las cuales construir este movimiento[^15].
- Transición revolucionaria: para poder construir el embrión de la nueva sociedad y ser una masa crítica con conciencia revolucionaria necesitamos realizar un proceso de transición donde vayamos practicando y consolidando las nuevas instituciones y los valores que queremos que predominen. Es necesario que los cambios que se vayan produciendo en este período de transición sean coherentes con el proyecto revolucionario, efectivos y no cooptables.
- Instituciones paralelas: crear instituciones que nos permitan ir haciéndonos fuertes, depender menos del sistema, ensayar la nueva sociedad, transformar nuestras formas de hacer, ser y relacionarnos, etc. Esta praxis también nos hará más hábiles para resistir y para poner en tensión el sistema de dominación imperante, al tiempo que nos permitirá ir preparándonos para poder derribarlo.
- Coherencia entre medios y fines: hace falta que los medios para realizar esta transformación estén en concordancia con los fines que anhelamos. Así, por ejemplo, si nuestra voluntad es establecer una sociedad igualitaria -gobernada por asambleas-, no utilizaremos medios oligárquicos para conseguirla -tomar el poder del Estado-. Si nuestra voluntad es generar conciencia desde la base, no nos convirtamos en una vanguardia que trate de imponer una supuesta visión científica del cambio social. Se trata, entonces, de «impugnar las estructuras del sistema de dominación establecido (dineros oficiales, empresas capitalistas, administración estatal, etc.) y utilizarlas sólo en la medida que sea necesario para substituirlas por nuevas estructuras autónomas, comunitarias y ecológicas»[^16].
- Autoconstrucción de sujetos revolucionarios: necesitamos tener la fortaleza, voluntad, actitud y aptitudes para realizar la revolución. Tenemos que encontrar maneras de trabajar estos aspectos explícitamente para poder afrontar todo lo que haga falta para conseguir nuestros que anhelamos.
- Integridad y radicalidad: los problemas que tenemos hoy son globales, hace falta abordar las problemáticas desde una perspectiva holística yendo a la raíz y no sólo a los síntomas.
- Relocalización: en concordancia con la forma de organización por la cual apostamos, la estrategia debe basarse en el arraigamiento en el territorio; las instituciones que generemos han de ser locales y vinculadas a territorios concretos, decidiendo todo lo que se pueda a escala local (principio de subsidiariedad) y confederarnos para aquello que sea necesario abordar en un ámbito de mayor. Este arraigamiento implica trabajo del día a día con nuestros vecinos y vecinas, construyendo desde una posición firme pero con las realidades heterogéneas de cada territorio.
- Sobre la violencia: en el contexto actual, teniendo en cuenta el gran desarrollo en el campo del control y la represión que poseen los que ostentan el poder, se hace difícil pensar que sea estratégico un encaramiento directo con estos.
De algún modo, la violencia física, la represión, etc. son sus armas, son parte de su mundo. Nosotros tenemos otro paradigma y por tanto tenemos que buscar minimizar la violencia y, éticamente, maximizar el respeto hacia la vida, usando la violencia física sólo cuando esta sirva a la consecución de este fin, cuando sea la única vía que nos quede para reducir la violencia sistémica. En este sentido, nos sentimos afines a un principio básico de la estrategia que nos recordaba Sun Tzu: «la mejor batalla es la que se gana sin tener que combatir».
No obstante, no podemos obviar que las élites, al querer mantener y perpetuar el sistema establecido, atacarán y perfeccionarán las formas de represión hacia quien lo ponga en cuestionamiento. Es más, es muy probable que a medida que seamos más en esta tarea revolucionaria, la violencia sea más contundente. Por tanto, vemos necesario pensar y ensayar formas para defender todo aquello que estamos construyendo y encontrar las mejores maneras de enfrentarnos el aparato represor del Estado, adecuándonos a los contextos que vamos viviendo, pero sin hacer de la violencia el centro de la tarea revolucionaria.
Algunas tácticas
De acuerdo con estas líneas generales de la estrategia, proponemos un esbozo de algunas tácticas que podemos llevar a cabo en nuestros territorios desde ahora mismo. Pensamos que siempre que podamos tenemos que plantear tácticas que dependan al máximo de nuestra acción, ya que estas serán las más realizables, centrarnos en qué haremos nosotros y no en qué pediremos o que derechos tenemos que reclamar. Para hacerlo breve explicamos sólo algunas tácticas sobre las que pensamos que haría falta dar más impulso en el estadio actual[^17]:
- Espacios de autoaprendizaje: grupos de estudio, debates públicos… modelos de autogestión de la formación donde todas tengamos la misma oportunidad de aportar y nos permitan formarnos en diversos campos, así como reflexionar colectivamente.
- Asambleas populares: pensamos que la forma democrática de gestionar la política en una sociedad autogestionada es en base a la asamblea popular, es decir, la asamblea de todos los vecinos y vecinas de un territorio. Para avanzar en el desarrollo de esta e ir practicando la organización asamblearia efectiva proponemos crear grupos que trabajen para preparar una asamblea que quiera ser popular. Los primeros pasos podrían ser imaginar y encontrar espacios donde reunirse, estudiar y practicar métodos de dinamización que se puedan reproducir a pequeña y a gran escala y dotarla de recursos materiales comunes y de legitimidad, para ir otorgándole poder, para que pueda llegar a ser una asamblea popular real y no sólo un encuentro de vecinos y activistas comprometidos. Al mismo tiempo hará falta dotarse de espacios más informales de deliberación, encuentro, conocimiento, debate, etc. alrededor de esta asamblea.
- Colectivizaciones: conseguir la propiedad de viviendas, locales e infraestructuras y gestionarla colectivamente, pero explicitando la voluntad de cederla a la asamblea popular del territorio donde se encuentren cuando esta funcione como tal.
- Cooperativas populares: empresas cooperativas del pueblo y para el pueblo, es decir, un nuevo tipo de empresas cuya propiedad y el control de las mismas esté en manos de la ciudadanía. El objetivo es que la asamblea popular decida las líneas generales de funcionamiento. Mientras no exista asamblea popular como tal, la cooperativa se gestiona colectivamente por los propios cooperantes, pero aportando recursos a la construcción de una nueva economía y de un nuevo movimiento[^18].
- Insumisión y desobediencia: la legalidad intentará blindarse para que no podamos avanzar en nuestro proceso revolucionario; no sólo con las trabas que ya comporta, sino con nuevas regulaciones que se irán inventando a tal efecto. Por esto es fundamental la desobediencia y la insumisión (ocupación, expropiación, desobediencia civil o fiscal, etc). A tal efecto es conveniente tener el máximo de apoyo posible y legitimidad reconocida; pensamos que hace falta vincular estas acciones ilegales explícitamente con la implantación de una alternativa, vinculando la extensión del proyecto y su resistencia.
- Apoyo mutuo y formas de vida comunitaria: uno de los pilares del sistema actual es el interés individual. Para combatirlo, hace falta aprender a vivir en común practicando el apoyo mutuo, tanto en el pueblo como en la ciudad. Compartir los recursos, los cuidados y el dinero. Crear y gestionar espacios donde podamos vivir, socializarnos y desarrollar los valores que propugnamos, donde construirnos como personas juntamente con nuestros semejantes.
Estas son sólo algunas ideas. Muchas de estas prácticas ya se están comenzando a tirar adelante aunque de forma incipiente. En aras a la configuración de un espacio alternativo común, se necesitaría articular todas estas herramientas en la idea de generar un efecto de ejemplo y atracción hacia el proyecto transformador. Para hacerlo pensamos que hace falta profundizar en el debate sobre cómo hacer la revolución hoy, dedicar esfuerzos y encuentros a abordar preguntas clave: ¿qué análisis hacemos de la situación actual? ¿Cómo nos preparamos como sujeto revolucionario? ¿Qué estrategia tomamos para la tarea que nos proponemos? ¿De qué tácticas nos dotamos? ¿Cuándo y cómo las implementamos? ¿Cómo nuestras prácticas pueden enmarcarse o transformarse dentro de esta estrategia? ¿De qué nuevas prácticas nos dotamos? ¿Cómo articulamos un movimiento revolucionario?
[^1]: Este es un texto en proceso, un conjunto de reflexiones fruto de conversaciones, lecturas, debates… es una invitación a pensar y a debatir, aportando elementos que creemos relevantes, sobre una cuestión candente: ¿cómo hacer la revolución hoy? ¿Cómo superar la miseria y la barbarie actuales? Esta es la segunda versión del texto, incorporando mejoras tras las jornadas de debate realizadas en la Base, ateneo cooperativo del Poble Sec en el invierno de 2014. Esperamos que sirva para contribuir a ir pensando colectivamente, y para hacer un paso más para construir un movimiento revolucionario. También se tiene que tener en cuenta que los ejemplos utilitzados se refieren sobre todo al contexto catalán, debido a la procedencia y el marco de actuación del Grupo de Reflexión para la Autonomía.
[^2]: El Estado del bienestar ha sido y es una forma de legitimar el Estado y de canalizar los anhelos de cambio social. Al mismo tiempo ha tenido un papel fundamental en la pérdida de las relaciones de apoyo mutuo. Actualmente ante los recortes de este Estado del bienestar, optamos por construir otra forma de cubrir nuestras necesidades básicas, pero lucharemos para frenar la pérdida de derechos de la mayoría de la población en favor de una minoría privilegiada, mientras vamos creando una forma alternativa de cubrir nuestras necesidades. Se trata de frenar los recortes del Estado del bienestar no para pedir que el Estado nos solucione los problemas, sino para mantener la cobertura de las necesidades básicas y poner en tensión al Estado y no reforzarlo, mientras vamos construyendo alternativas para cubrir nuestras necesidades. Para profundizar más en estas ideas podeís cosultar «Sobre el Estado de Bienestar» (Grupo de Reflexión pera la Autonomía, 2014).
[^3]: Es paradigmático como han cambiado las relaciones en el espacio público y entre iguales en los últimos 50 años, antes la gente se hablaba y se ayudaba, ahora encontramos miradas vacías al horizonte o cabezas agachadas y caras largas. Si tenemos problemas llamamos a la policía, si necesitamos ser atendidos vamos a los servicios sociales. Podéis encontrar aquí un artículo que expone el nivel de decadencia convivencial al cual hemos llegado: «Infierno Convivencial» (Félix Rodrigo Mora, 2014).
[^4]: «La Gran Transformación» (Karl Polanyi, 1944), «anteriormente a nuestra época no ha existido nunca una economía que por definición estuviese controlada por los mercados. (…) Todos los sistemas económicos que conocemos hasta el fin del feudalismo en la Europa occidental eran organizados según los principios de reciprocidad, redistribución o autoabastecimiento, o según una combinación de los tres».
[^5]: Para un análisis en profundidad de las dinámicas del sistema actual mirar el libro «Crisis Multidimensional y Democracia Inclusiva» (Takis Fotopoulos, 2005).
[^6]: Entendemos democracia como aquel régimen en el que el pueblo se autogobierna directamente a través de asambleas, sin ceder el poder a «representantes».
[^7]: Un posicionamento crítico con el Procés Constituent se puede encontrar en el artículo «Proceso Constituyente o Revolución Integral?» (Blai Dalmau, 2013). Pel que fa a la CUP, podéis ver el «Manifiesto por el No-Sí: la revolución, sin Estado-Nación, es la solución!» (GRA, 2013). Para conocer más detalladamente el ejemplo de la degeneración de los verdes alemanes podéis consultar «Del partido antipartido al partido-partido. Breve historia del partido verde alemán» (Georgy Katsiaficas, 2006) en un fragmento del libro «The Subversion of Politics»). Podéis encontrar la traducción en línea aquí: http://ingovernables.noblogs.org/post/2013/01/31/del-partit-antipartit-al-partit-partit. En relación a Podemos en la red podéis encontrar una extensa literatura crítica sobre el partido.
[^8]: Creemos que el hecho de que muchas acciones estén centradas sólo en atacar las consecuencias está ligado con la ausencia de un proyecto revolucionario. Para acabar con la dominación tenemos que organizar una alternativa que aborde los problemas desde sus causas. Pensamos que es utópico intentar superar los problemas yendo sólo a las consecuencias y no abordándolos desde su raíz.
[^9]: (Isaac Puente, 1933) «El comunismo libertario y otras proclamas insurrecionales y naturistas»
[^10]: Así, incluso su capacidad de controlar militarmente la ciudad y gestionar prácticamente la totalidad de la economía, no tenían una estructura política que pudiese gestionar lo que es común y destituir al gobierno de la Generalitat. Pensamos que esta falta de claridad provocó una serie de contradicciones como entrar a colaborar con el gobierno de la República y abandonar la revolución (como denunciaron «Los amigos de Durruti»)
[^11]: Extracto del artículo «Sobre la tarea revolucionaria» (Esteban Vidal, 2013).
[^12]: Para construir al sujeto revolucionario es fundamental recuperar el tan olvidado concepto de virtud, en este sentido podemos decir que hemos de realizar una «Revolución Virtuosa», tal y como se sugiere en: «Proceso Constituyente o Revolución Integral?» (Blai Dalmau, 2013).
[^13]: Cuando hablamos de revolución integral nos referimos a esta transformación de estructuras en unas basadas en la autonomía, como también en la necesaria transformación psíquica y espiritual de los sujetos. Así, la revolución interior, personal, tiene que avanzar en paralelo y al mismo ritmo que la revolución exterior, social. La suma de una y otra pueden dar una revolución integral.
[^14]: Muchas reflexiones estratégicas aquí expuestas beben del proyecto de la Democracia Inclusiva. Para profundizar recomendamos el artículo «Estrategias de transición y el proyecto de la Democracia Inclusiva». (Takis Fotopoulos, 2002).
[^15]: En esta línea celebramos las iniciativas del Procés Embat y de la llamada Integrarevolucio. Animamos a tener una actitud abierta y no dogmática, evitando posiciones de trinchera para poder hacer un debate profundo y fructífero y acordar unas bases comunes, no un consenso de mínimos de todos los movimientos sociales, sino una visión común y unas líneas estratégicas de los movimientos revolucionarios. Para hacerlo nos tenemos que centrar en lo fundamental, dejar los enfrentamientos personales o las discusiones poco relevantes. Esto sólo puede conseguirse con una apuesta clara de todas las personas para acabar con estas actitudes, demostrando una altura de miras suficiente que ponga el interés general y el bien común por adelante.
[^16]: «Proceso Constituyente o Revolución Integral?» (Blai Dalmau, 2013).
[^17]: Hace falta tener en cuenta que el sistema tiende a cooptar todas las iniciativas, por lo que es necesario que estas tácticas formen parte de un movimiento antisistémico y se entiendan como medidas de transición. Otras tácticas que no detallamos para no alargarnos más pueden ser: mutualismo autogestionario, municipalismo, sabotajes, lucha en los lugares de trabajo, etc.
[^18]: Para reflexionar más sobre esta propuesta podéis leer el artículo: «Empresas demóticas, en camino hacia una nueva economía democrática». (Laia Vidal, Eduard Nus i Blai Dalmau, 2011).